Opinión

Colombia y la energía limpia, más que un deber moral

15 minutos

Publicación: 29 de noviembre de 2017

Autoría: David Mejía

Seguir en el juego de la producción de carbón y petróleo es sepultarse con energías que paulatinamente van a ir desapareciendo y cuyos precios no darán rentabilidad a la economía nacional.

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Caricatura tomada de ÁTOMO CARTÚN.

Siempre que se aborda la necesidad de sustituir nuestras fuentes energéticas, por unas fuentes energéticas más limpias, se hace un abordaje ético, moral y sobre la base de la responsabilidad con las siguientes generaciones. Este enfoque, que es el correcto, sin embargo encuentra resistencia y respuesta en lo económico.

El carbón y el petróleo son sencillamente más baratos y, a lo largo del mundo, existe una infraestructura ya desplegada para la distribución de energía por estos medios. En resumen, la energía con efecto colateral contaminante es más barata y, aunque no lo fuera, cambiar a energías limpias tiene un costo, en cuanto el mundo no cuenta con una avanzada infraestructura de distribución y uso de energías limpias.

De hecho pareciera que entre más efecto colateral contaminante más barata es la energía, hablo específicamente del fracking: la extracción de petróleo por fracturación hidráulica. Una práctica que ha abaratado el precio del petróleo, y que parece que lo mantendrá barato, en cuanto cada vez más países se suman a este tipo de extracción sin importar su efecto contaminante en fuentes hídricas subterráneas.

Es así como quiero dar una respuesta de viabilidad económica, más que una de responsabilidad ambiental (que debería ser suficiente, al menos para los líderes políticos), para el caso específico de Colombia.

En primer lugar quiero señalar dos elementos. El primero: a qué debemos apuntarle, en cuanto a fuentes a sustituir. Segundo: a qué fuentes de energía limpia debemos apostarle.

Carbón y petróleo producen más del 55% de la energía que se consume en el mundo. El petróleo, en particular, se estima que es la fuente de energía más extendida, siendo su lugar en la matriz energética global de entre un 30 a 36%. No es casual la importancia internacional, estratégica y geopolítica del petróleo, no son casuales las guerras en medio oriente que tienen como elemento clave este recurso energético. Así como tampoco es casual que en Colombia carbón y petróleo sean los dos principales productos de exportación, junto al café.

Son estas las dos fuentes energéticas, que a mi parecer, debemos sustituir. Un argumento económico para no depender del petróleo es que sencillamente Colombia no es un país petrolero, sus reservas probadas no apuntan a llegar más allá de los siguientes 7 años. Incluso podríamos argumentar de forma similar con el carbón, dado que nuestras reservas son menos del 0,8% global y, si bien Colombia es líder de exportación carbonífera latinoamericano, a nivel global no alcanza a estar entre el top 10 de exportadores.

Sin embargo, la razón para abandonar la producción de carbón es que nuestro gran socio comercial, la Unión Europea, particularmente Alemania y Holanda, que pretenden abandonar esta fuente energética de manera casi total para 2030. Podríamos venderlo en nuestro mercado interno, pero su uso difícilmente competiría con nuestro gas natural y para la producción de energía, Colombia tiene sus hidroeléctricas y no tiene una infraestructura de transformación por electricidad. Pensar en redireccionar nuestras exportaciones hacia China, y demás consumidores asiáticos, se ve difícil cuando tenemos en el Pacífico a los mayores productores globales de carbón: Indonesia, Australia y la misma China. Un mercado saturado en el que los precios descienden a medida que aumenta la producción y disminuye el consumo en Europa.

Seguir en el juego de la producción de carbón y petróleo es sepultarse con energías que paulatinamente van a ir desapareciendo y cuyos precios no darán rentabilidad a la economía nacional.

Colombia puede apostarle, en sustitución, a dos energías semilimpias, mientras se prepara para la implementación de energías más avanzadas. Pues lo cierto es que si pensamos en que Colombia puede ser un líder de producción de energía eólica, solar o geotérmica, estamos soñando. Un imposible en el corto plazo, un proyecto en el mediano y, quizás, una realidad en el largo.

Actualmente tenemos dos elementos: gas natural y biocombustibles. El gas natural, si bien no es un recurso renovable y libera cierta cantidad de dióxido de carbón a la atmósfera, produce 25%  menos  (de dióxido de carbono por julio liberado) que el petróleo y 45% menos que el carbón. Lo que lo sitúa como una energía comparativamente más amigable.

Colombia tiene de hecho un excedente en su producción de gas natural, que puede ser exportada o usada de otras maneras y 2016 y 2017 fueron años en los que se hicieron descubrimientos de yacimientos que podrían ser los más grandes en la historia del país. La debilidad, en el momento, es la falta de infraestructura de licuefacción del gas para poder exportarlo. Actualmente Colombia produce más 160 billones de metros cúbicos de gas anualmente.

Los biocombustibles, que de hecho fueron una gran apuesta del país en la década pasada, han decaído en su producción tanto de etanol, como de biodiesel, pero son una gran alternativa al petróleo y sus derivados, con los que podríamos encontrar apoyo e inversión desde países de la Unión Europea, como ya ocurrió en el pasado. Así como lograr desarrollo agroindustrial, sostenibilidad ambiental y diversificación de fuentes de energía.

Pero como dije, gas natural y biocombustibles, solo son apuestas intermedias que puede hacer un país mientras apunta más alto en cuanto a economía verde.

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