Opinión

La formación del gusto

10 minutos de lectura

Publicación: 7 de Agosto de 2017
Autoría: Juan Pablo Ramírez

Desde hace algunos meses he intentado dedicar parte de mi tiempo a pensar si una paz duradera es posible en nuestro país. Lastimosamente debo confesarles que aún no he encontrado ninguna idea capaz de orientar mi pensamiento en esta dirección. Cada proyecto que he emprendido, cada ejercicio mental que me he propuesto, se ha convertido en una forma de pensar que, por su complejidad, se revela como imposible o simplemente irrealizable. No quiero compartir aquí estos ejercicios fallidos, pues considero que ellos son superfluos en un momento de la historia en donde el sentido de lo urgente se hace cada vez evidente. No tenemos más tiempo para elucubrar. Todas nuestras fuerzas deben concentrarse en develar lo que debe ser primero, es decir, en saber por dónde empezar a pensar.

Quiero ser claro. Como les dije anteriormente, ninguno de los ejercicios que me he propuesto ha dado los frutos que esperaba. Ninguno me ha ofrecido una señal, una pista lo suficientemente contundente que me muestre por dónde empezar. Sin embargo, y dado que no soy un escéptico o un cínico que deja todo a la necesidad o al azar, debo aceptar que no todos mis esfuerzos han sido totalmente infructuosos. Hoy quiero compartir con ustedes una idea que, después de algunas semanas, aún me parce sugestiva.

Antes de empezar quiero hacer tres aclaraciones: lo primero que quiero decir es que esta idea se deriva de una anécdota sobre Diógenes de Sinope. Lo segundo que quiero aclarar es que esta anécdota me fue contada de manera imprecisa por un amigo y que todo lo que voy decir aquí se funda en esta historia imprecisa y no en la anécdota documentada.

Mostremos la imprecisión antes de continuar. En la anécdota documentada, Arístides dice a Diógenes: “si adularas al rey como yo, no tendrías que comer lentejas”, a lo cual Diógenes responde: “si disfrutaras de tus lentejas no tendrías que lamer los pies del rey antes de sentarte en su mesa”.

Vamos ahora a la anécdota contada por mi amigo. En ésta, Diógenes está lavando unas verduras y Platón le dice: “si hubieras aceptado ser el tutor del rey no tendrías que lavar tus verduras”, a lo que Diógenes responde: “si lavaras tus verduras no tendrías que ser el tutor de un tirano”.

Creo que para todos nosotros es evidente porque elegí la anécdota modificada de mi amigo y no la historia documentada en los libros de filosofía. El vigor de la respuesta de Diógenes en la historia imprecisa es evidente: “si lavaras tus verduras no tendrías que ser el tutor de un tirano”. Esta actitud moral me parece invaluable y considero que ella debe guiar toda mi reflexión. Pero ¿Por qué es tan importante esta actitud? Debo aclarar que lo que me sorprendió de la respuesta de Diógenes no fue su referencia al tirano, sino al valor que éste adjudico “al saber practico” de lavar sus propias verduras.

Considero que este saber práctico nos ofrece una la figura clara de lo que deberíamos entender por un agente moral. Digamos que: un agente moral es aquel ser libre que funda su acción en un saber práctico que le permite actuar de manera independiente del tirano, es decir, el agente moral es aquel que, en tanto capaz de lavar sus vegetales, puede decidir actuar de manera independiente. En este sentido, la pegunta que se abre no es solamente cuál es éste saber practico liberador, sino, si éste saber puede ser enseñado o no a los agentes morales.

Digamos para comenzar que: si logramos identificar éste saber, él podría llegar a ofrecernos un punto de inicio para empezar a pensar. Sin embargo, debo decirlo nuevamente antes de generar falsas expectativas, aunque considero que esta idea es atractiva, no pienso que ella pueda convertirse en lo que debe ir primero al momento de pensar una paz duradera.

Avancemos en nuestra ruta y propongamos una metodología en tres momentos que responda a las preguntas propuestas sobre el saber práctico y su enseñabilidad. Lo primero que haremos será presentar una hipótesis inspirada en la anécdota de Diógenes de Sinope, enseguida mostremos algunas de las consecuencias prácticas de esta hipótesis y finalmente establezcamos el saber práctico que de esta hipótesis se deriva y haremos algunas observaciones sobre su enseñabilidad.

Presentemos inicialmente nuestra hipótesis: lo que queremos sostener aquí es que el tirano es aquello que se interpone entre Platon y el vegetal, es decir, es aquello que transforma la relación que el hombre establece con el mundo. No solamente considero que esta idea es sugestiva, también considero que ella nos muestra como la distancia entre el hombre y el mundo afecta –de una forma u otra– la acción moral de los agentes. Todo aquel que acepta la imposición del tirano, renuncia a que sus manos entre en contacto con las verduras. Pero ¿en qué consiste esta distancia y cuáles son sus efectos?

No me interesa hacer aquí una crítica a la sociedad técnico industrial, no quiero mostrar que el pensamiento técnico ocupa un lugar privilegiado en nuestros modos de pensar y de actuar. Lo que pretendo es mucho más modesto: evidenciar que el objeto que ha sido arrancado a la cultura viva por la industria (pensada como institución de producción) o por cualquier institución; termina por formar el juicio de los agentes desde el momento mismo que éste (el producto o el saber especializado) se instala entre la mano y el mundo. El producto higienizado por la industria o el saber especializado es lo que denominaremos de aquí en adelante el tirano.

Presentemos un ejemplo: Desde el momento que la leche fue arrancada de la vaca y del campesino por la industria y por las instituciones, el gusto del niño fue alterado y el juicio sobre lo bello y lo bueno comenzó a depender de las trasformaciones hechas por las instituciones.

Lo que estoy sosteniendo en el fondo, es que si queremos restablecer la acción de los agentes morales con miras a garantizar una paz duradera, es necesario concentrar nuestro interés en la formación del gusto de los agente, es decir, en la formación de un sentido de lo bello capaz de poner en evidencia la artificialidad de lo que se ha impuesto entre la mano y el mundo. Esto no significa que lo que propongo sea una eliminación de los productos, del mercado o de las instituciones. No me considero un anarquista y no pretendo serlo. Lo que creo es que debemos desarticular la relación que se ha establecido entre las instituciones y la higiene, es decir, entre el producto/saber y la civilización.

Una teoría del gusto es lo que se encuentra a la base de la idea que quiero compartir con ustedes. Es importante aclarar que utilizo la vieja expresión teoría del gusto para evitar que lo bello sea reducido a un problema de arte y de los artistas. Sin embargo, permítanme decirles que esta utilización no es totalmente arbitraria. Durante los siglos XVII y XVIII el interés por las teorías del gusto fue mayor y sus resultados aportaron, de manera sustancial, a la formación de diversas teorías estéticas. La reflexión de Kant sobre lo bello y lo sublime es un ejemplo de la influencia de estas teorías.

Pero no nos desviemos en esto. Continuemos más bien con nuestra hipótesis y vinculémosla con la idea una formación del gusto.

Si lo que se interpone entre la mano y el mundo forma el juicio de los agentes frente a lo bello y lo justo, la formación del gusto debe convertirse en un propósito prioritario de las sociedades. Esta no es una hipótesis innovadora. Sulzer ya la había propuesto en 1770. La formación cultural del gusto nos ofrece, por decirlo en términos contemporáneos, la gestación de los sentidos que los agentes pueden incorporar o no en sus proyectos, sus planes y sus sueños como miembros de una comunidad especifica.

Lamentablemente este es el problema de nuestra idea y es por esto que ella no puede ser considerada como lo primero en un proyecto de paz duradera. El problema es el siguiente: si el gusto de los agentes morales puede ser formado, ¿quién debe ser el encargado de administrar estos sentidos que darán forma a la acción moral? Este no es un problema nuevo. Todos aquellos que estén familiarizados con la filosofía moral sabrán que este es el argumento que se erige en contra de las teorías que sostienen un tipo de relativismo moral.

Es por esta razón que desde el principio insistimos en la limitación de la idea que estamos presentando aquí. Sin embargo, es importante resaltar, una vez más, que este ejercicio no es totalmente infructuoso. Recuperemos lo dicho y veamos sus aportes: el tirano se interpone entre la mano y el mundo y, en tanto que él es algo se pone en medio, su presencia afecta los modos de decir y de relacionarse con lo bello, lo bueno y lo justo.

Es esta alteración del gusto (es esta alteración de nuestra capacidad de juzgar), lo que nos exige hoy que desarticulemos los sentidos que se interponen entre la mano que toca y el mundo. Hoy más que nunca se hace necesario desarticular los sentidos que se han ido estableciendo a través del discurso institucional de lo higiénico. Hoy es necesaria una teoría del gusto capaz de desarticular estos sentidos y de recudir la distancia que se nos ha impuesto. Por decirlo más claramente: hoy es necesario que la mano entre en contacto con los vegetales, con aquello que nos circunda. La mano debe tocar nuevamente la Naranja y el árbol de naranja con el fin de formar un gusto independiente de la tiranía de lo higiénico.

Lo que hemos dicho hasta aquí no significa que la mano que toca el animal o la planta se convierta en una mano incapaz de disfrutar de los productos higienizados, todo lo contrario, significa solamente que la mano comprende que el tirano se interpone en la formación de su gusto. Esta es la independencia que buscamos, y este el saber practico que, a mi juicio, debería constituir el propósito de la formación del agente moral.

Creo que ahora es evidente para todos que la idea que estamos atacando aquí es la idea de distancia impuesta por la higiene. Ser distantes, tomar distancia, sentirnos distantes, amarnos a distancia, o solamente distanciarnos, son algunas de las posibles variaciones que se han instaurado en nuestras relaciones con el mundo. Es así que lo higiénico nos distancia y se convierte en principio del gusto. Pongamos un ejemplo y les ruego me disculpen el lenguaje: es más cool tomar agua en botella que tomar del rio (si es que aún queda un rio del cual podamos beber), o, es más cool llevar al colegio un jugo Hit en cajita que un jugo de piña en un frasco, o simplemente un pedazo de piña. Repito. No estoy en contra de lo productos, pero creo que es importante comprender que ellos forman nuestros modos de decir y de relacionarnos con el mundo.

Cuando la fruta se convierte en una figura plasmada en una la caja (como en el ejemplo de la cajita del jugo), olvidamos las manos del campesino que cultiva y el valor de la tierra fértil, es decir, con la higienización de la naturaleza perdemos de vista el valor de la vida y de lo que está vivo. Imagino que para muchos de ustedes este discurso se encuentra a una distancia enorme del tema de la paz duradera. Para mí, este es precisamente el problema de la paz. Sin embargo, esta no es solamente mi opinión. La sensación de distancia que aparta la mano del mundo no es reciente y ella ya ha sido vinculada con la guerra y la paz. Los filósofos de la sospecha y aquellos que criticaron y critican la sociedad técnico industrial, han defendido argumentos similares. Freud, por ejemplo, ya había reconocido en su ensayo de 1915 que un cierto tipo de desorientación comenzaba a marcar las significaciones que atribuimos a las impresiones que nos agobian.

Para nosotros el problema no es simplemente estar distanciado de los hechos del mundo, el problema es que esta distancia termina por higienizar los rostros de los muertos, de los mutilados y de los abuzados. En términos de higiene es distinto pensar en cuatro millones de víctimas, que en mirar a los ojos a una sola de ellas. Cuatro millones es solamente el tirano que se interpone entre la mano y el mundo, y con él, el olvido se instala como presupuesto higiénico. Creo que ahora es más claro cómo esta reflexión se vincula con la idea de una paz duradera. No estamos hablando aquí de los productos industriales en general, estamos hablando de cómo la higienización ha sido el epicentro del discurso de las instituciones (la industria es solamente un ejemplo de ellas). Entre más separada la mano del mundo, más digna es la acción que se realiza. El saber matemático tiene una dignidad mayor que el saber abrir un surco en el campo.

El tiempo se agota y quiero terminar dedicando la última parte de esta reflexión al tercer momento que nos propusimos desde el inicio. Digamos brevemente: si el saber práctico consiste en que el agente sepa que el tirano se interpone entre la mano y el mundo, la cuestión que se abre es saber si este saber puede ser enseñado o no. La respuesta es no. Aunque este saber no puede ser enseñado, él puede ser aprehendido por el agente moral. Pensémoslo así: el saber del que estamos hablando no es un contenido, no es un tema específico o una parte de un tema. Él es una práctica y solamente puede ser aprehendido prácticamente.

Digamos para concluir. Es en las relaciones que establezcamos con nuestros familiares, con nuestros amigos y con los extraños, en e que este saber práctico puede encontrarse. Este saber se encuentra en los labios del recién nacido que toma leche del seno de la madre y en la mano que abraza sinceramente al que sufre. Debo decir que lastimosamente estas prácticas que albergan saber exigido son cada vez más escasas en nuestro país y que, por el contrario, las acciones que se le oponen son cada vez más presentes en nuestra vida.

Creo que esto es lo que quería decir: propongámonos una teoría del gusto en la que la mano entre en contacto con el cuerpo mineral, vegetal o animal y que lo único que se interponga entre nosotros y el mundo sean los límites de nuestra piel.

Gracias


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