Publicación: 30 de Agosto de 2017
Autoría: Salvador Arracadas
El parque se mantuvo igual, parecía que fuera inmune a las gentes que lo rodeaban para llegar a la Séptima. Pasaban en grupos, como cuentagotas. Tres gotas antes del desayuno, diría el médico. Por lo general no eran más de cinco personas y a veces, sólo a veces, un peatón anarquista rompía la regla. Aun así bajan en grupos la mayor parte del tiempo.
Bajaron gritando, ¡párese a ver! ¿No me cogió a traición? Y se abalanzó sobre el que iba más adelante. Para pelear se necesitan dos y más si es a los puños. Los otros seis vociferaban pidiendo una pelea justa. Un buen espectáculo a fin de cuentas. El primero de ellos estaba sobre su contendor, le colgaba como un simio a su madre para lactar o para acicalarla. Lo tenía del cuello y con sus piernas.
– ¡Suéltelo y párense duro!
– ¡Sí! ¡Cójanse a traques!
– ¡Suélteme!
– ¡No me coja de los huevos!
Y le tenía en el piso, con su mano libre trataba de atinarle golpes que no iban a ningún lado. Esperaba que llegaran a la cara del otro, pero daban en el piso, en el cráneo. Nunca en la cara.
– ¡Qué no me coja de los huevos!
– A ver ¡párense duro!
– ¡Sí! ¡A ver a los puños!
Se separaron y el que estaba sobre el otro se alejó. Esos siempre corren.
– ¡Qué hubo a ver! ¡Ahora sí!
– ¡Qué! ¡Qué!
– ¡Cómo fue!
Al liberarse de su atacante la mierda subió hasta su cabeza y como torero se acercó inflando el pecho, con los brazos abiertos. Quería terminar la pelea, o comenzarla como debería ser. No quería perder. No podía perder. Su mujer estaba ahí.
– ¡Espere, espere! ¿No ve que me cogió de los huevos?
Parecía que sólo pudiera pelear sobre el otro, como si toda esa testosterona hubiera muerto en su pueril y poco eficaz ataque. Con ese tipo de gente no se puede pelear y la audiencia siempre quedará resentida. El otro se alejó riéndose.
La pelea había terminado. Todos insatisfechos quedaron en silencio. Tremendo fraude. Hasta para eso son mediocres, ni una pelea son capaces de terminar.
¡Mañana nos vemos!, dijo y corrió de nuevo, un poco más despacio. Realmente iba caminando pero en su rostro el afán y las ganas de escapar y la ira mal saciada aceleraban sus pasos. Se le veía correr como un caracol dejando su baba tras de sí.
Se marcharon y el parque no se atrevió a opinar. Un nuevo grupo de cinco bajó, primero dos mujeres, una pareja y por último un rezagado.
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