Publicación: 19 de Abril de 2020
Autoría: Amanda Sjostrand y Ajax Bastidas
Finalizada la primera semana de reapertura ‘parcial’, hay un sabor amargo en el ambiente por las cargas sociales y económicas que ha planteado esta situación de cuarentena. Amargo al observar el manejo de la crisis que le ha dado el gobierno de Iván Duque a esta situación y en quienes ha caído el peso de sostener el país y la ciudad.
Cuando se observa la evolución de las cifras de contagio, llama la atención el gran número de contagios ubicados en los sectores con un mayor nivel económico de la ciudad —puntos focales de dispersión del virus— como se observa en las cifras del 22 de marzo:
Usaquén, Suba (de clase media y alta en su sector oriental) y Chapinero lideraban el registro. No era una sorpresa, pues fue muy anunciado que el virus entró principalmente por el aeropuerto, ante la negativa del gobierno nacional de cerrarlo en las fases iniciales de contagio.
Pero lo que sí resulta sorpresivo y preocupante es el aumento significativo de contagios en las localidades del occidente y suroccidente de la ciudad en el registro del primero de mayo:
Entre estas localidades se destaca Kennedy, que ha tenido un crecimiento exponencial de casos en un mes, al igual que Bosa, las cuales rompen con la tendencia mayoritaria de la ciudad a aplanar la curva:
No obstante, hay que hacer una lectura precavida de estas cifras. En principio, hay que volver la mirada al gobierno nacional, que actúa siempre un paso atrás, puesto que Colombia no ha estado en la capacidad de hacer pruebas a gran escala y no ha sido posible hacer un rastreo efectivo a la propagación del virus. Preocupante, en cuanto a las medidas de reapertura promovidas por el gobierno se basan en una lectura muy limitada de la realidad. Sin embargo, de trasfondo hay un descuido histórico del Estado colombiano con el sistema de salud, hoy debilitado por la corrupción e incapaz de hacerle un frente efectivo al CoVid-19, como lo evidencian las tragedias humanas en Tumaco o en el Amazonas.
Mas este panorama limitado que brindan las cifras también habla de la marginalización en que viven muchas personas en la ciudad. La mayor concentración poblacional se da en las localidades de Kennedy, Suba y Bosa, a donde ha llegado buena parte de las personas migrantes de Venezuela. Más que se suman a esa población que vive del rebusque diario. Para estas personas el deber cívico de mantenerse en cuarentena nunca fue una posibilidad.
¿Falta de cultura ciudadana? La alcaldesa Claudia López se sostiene en su estrategia mockusiana de zanahoria y garrote (mercados para unos, mientras llena de ESMAD el sur) como la principal arma para mantener los contagios bajos, frente a la directiva de Duque de reactivar la economía. Pero es irreal esperar una cultura cívica ejemplar de una población que no puede quedarse impávida ante la pasividad del Estado. Que los barrios más afectados en el momento sean aquellos cercanos a la central de Corabastos invita a preguntarse ¿qué estrategia tomó el distrito para cuidar a estas personas?
Además de la prevención (o falta de prevención) de los contagios, la ciudad lleva décadas sin actuar efectivamente frente al aumento de la contaminación en estas localidades. Kennedy tiene la peor calidad de aire y, respecto a las localidades del norte, Suba se destaca por el mismo factor. Esto supone un mayor riesgo de mortalidad al adquirir el CoVid-19.
La alerta ya está dada: mientras no haya un apoyo efectivo del Estado a las personas vulnerables y marginalizadas que habitan esta ciudad (como quienes habitan los cerros orientales desde Usme hasta Usaquén), la curva de crecimiento tarde que temprano mostrará de nuevo un aumento exponencial y los esfuerzos colectivos para continuar en cuarentena por tantas semanas, habrán sido en vano. Eso sí, pagará la gente de siempre, la de abajo. Entre tanto, nuestros congresistas andan muy tranquilos en la casa, recibiendo un millonario sueldo, sin hacer nada. ¿Alguien les ha extrañado?
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