Publicación: 18 de Septiembre de 2017
Autoría: David Mejía
¿Qué se esconde tras la figura de dictador ‘irracional’? ¿Cuál es el trasfondo de cada misil lanzado, de cada prueba nuclear?
Desde que asumió el poder, a finales de 2011, Kim Jong Un, el ‘líder supremo’ de Corea del Norte, ha logrado llegar a la primera plana de las noticias internacionales año tras año. Tildado de déspota, sádico, inhumano, implacable, paranoico e irracional, el joven jefe de Estado ha logrado sembrar terror global por los programas nuclear y de misiles que ha desarrollado su país. En el presente artículo no entraré a discutir si, Kim Jong Un, es realmente paranoico, implacable, déspota o inhumano, el asesinato de su hermano, el disidente Kim Jong-Nam, con un arma química (el agente nervioso VX) a manos de presuntos agentes de inteligencia Norcoreana, es un hecho que habla por sí mismo de estos atributos.
Es la ‘locura’ de Kim la que me parece un asunto más interesante. ¿Qué se esconde tras la figura de dictador ‘irracional’? ¿Cuál es el trasfondo de cada misil lanzado, de cada prueba nuclear? Es fácil juzgar a alguien de loco cuando prefiere las sanciones económicas, que matan de hambre y privaciones a su pueblo, antes que abandonar sus ambiciones nucleares y militaristas. Reflexionemos sobre esto.
Empecemos por buscar locos análogos. Podemos limitarnos a las dos últimas décadas. ¿A qué otro dictador han llamado irracional, sádico e inhumano los medios de comunicación occidentales? Bueno, probablemente nos venga a la mente Nicolás Maduro, pero si dejamos atrás el inmediatismo, es importante recordar a personajes como Saddam Hussein y más recientemente a Muamar Gaddafi. Dictadores violentos que también recibieron los mismos apelativos, que recibe Kim Jong Un hoy, desde la prensa y la política en América y Europa.
La historia de la caída de Hussein es famosa, como jefe de Estado de Irak fue acusado por el gobierno estadounidense de delitos de lesa humanidad y de tener un importante arsenal de armas químicas y bacteriológicas oculto. La historia subsiguiente es bien conocida: Estados Unidos y Reino Unido invadieron Irak —bajo la excusa de buscar las armas químicas de Hussein—, derrocan el gobierno, lo capturan tras algunos meses de persecución y lo entregan a las nuevas autoridades iraquíes que terminan por ahorcar a Hussein.
Dato importante: las armas químicas nunca fueron encontradas, de hecho la invasión a Irak se dio a pesar de que había enviados de las Naciones Unidas buscando dicho arsenal y que solicitaron más tiempo para verificar si Hussein tenía, o no, este tipo de armamento. La lección para los dictadores del futuro parecía ser: cuando te acusen de tener armas de destrucción masiva, es irrelevante si las tienes o no, la acusación es suficiente excusa para que vayan a por ti, así que quizás si es mejor tener dicho armamento.
La caída de Gaddafi es mucho más reciente y tiene también lecciones para los adversarios venideros de Occidente. Durante el año 2011, Gaddafi se ve acorralado por las protestas y revueltas de la llamada Primavera Árabe, protestas que reprime con firmeza pero que, derivan en una guerra civil en la cual milicias locales con el apoyo de Europa y Estados Unidos logran derribar al dictador.
El final de Gaddafi resulta incluso más tenebroso que el de Saddam: aprehendido por sus adversarios en plena huida, torturado, apuñalado y finalmente ejecutado junto a uno de sus hijos. Nadie puede negar que Gaddafi fuera un brutal y cruel dictador, y, quizás, merecía una muerte igual de brutal y cruel. Pero, previo a esos meses aciagos de 2011, Gaddafi llegó a ser aceptado por la comunidad internacional de la posguerra fría.
No es difícil encontrar en internet fotos suyas junto a jefes de Estado del momento, como el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy; el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi; el presidente de Rusia, Vladimir Putin; el español, José Luis Rodríguez Zapatero, e incluso con la secretaria de Estado de los Estados Unidos de la época, Condoleezza Rice. A ellos les importó poco lo brutal y cruel.
La lección en el caso de Gaddafi —quien incluso, parece, llegó a financiar exitosamente campañas políticas en el extranjero— es que en las relaciones internacionales no tienes amigos, y quien hoy te da la mano y te sonríe ante las cámaras, mañana puede enviar un avión de combate para bombardéarte y apoyar a tus enemigos.
Probablemente los dictadores norcoreanos tomaron apuntes de estos hechos y sentaron la base de un antídoto que les asegurara su permanencia en el poder. Kim Jong Un, quien asumió el poder pocas semanas después de la muerte de Gaddafi, es el heredero no solo de un ambicioso proyecto nuclear, sino también de un proceso de aprendizaje en las relaciones internacionales que indica a los dictadores que deben desconfiar del mundo occidental. Que mantener buenas las relaciones con estos no es seguro de nada y que la posesión de armas de destrucción masiva pueden ser, quizás, un seguro de vida para la supervivencia, no solo de sus regímenes sino de sus propias vidas.
No sobra explicar que, con esta reflexión, no intento justificar la línea de acción que ha tomado el actual Kim. Solo quiero exponer la racionalidad que probablemente está motivando la actual tensión política del mundo. Y, si bien es cierto, que logrando un avanzado arsenal termonuclear y de misiles intercontinentales, Corea del Norte pueda mantener a raya cualquier agresión militar del extranjero, es probable que llegado ese punto las sanciones por sus programas militares le pasen factura al país.
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