Publicación: 16 de noviembre de 2017
Autoría: Aquileo Venganza
¿Por qué en la misma época, en la que muchas más luchas sociales tienen la oportunidad de ser expuestas democráticamente, aumentan, asimismo, las posturas radicales que quieren silenciarlas?
Una sociedad arraigada fuertemente a sus ejes, muchos de ellos en decadencia (instituciones, costumbres y miedos), solo puede radicalizarse en un contexto que la pone en riesgo sin explicarle el porqué.
¿No les parece acaso que sería ingenuo esperar que una persona inmersa en toda una tradición, extendida, comunicada y compartida durante muchos años en un entorno rural dado, comience a modificar su visión de mundo, prácticas sociales y nociones éticas, por ideas que ese mismo personaje percibe como imagen del desarraigo y el caos propio de lo externo, lo importado?
Por ejemplo la sexualidad, algo que nos salpica constantemente el rostro: la publicidad nos vende el ideal estético de las personas que en una sociedad de consumo serían ‘ideales’ para ‘disfrutar’ del sexo como ‘derecho’, como parte de ese gasto productivo al que nos invita la concepción capitalista del tiempo.
Ese derecho desbocado, que necesita ser regulado mediante la educación precaria de familias, series televisivas, escuelas y comerciales de condones, no es percibido de la misma manera en esos otros entornos —que antes mencionamos—, donde, tal vez, para la sorpresa de las mentes más avanzadas de nuestra generación, el sexo tiene únicamente fines reproductivos. Una prueba más de que enterrar el pasado no va cimentar un mejor futuro.
La sensación del riesgo, de temer a perderlo todo, a desintegrar la memoria propia y de los propios, se encuentra latente en los intersticios de cada uno de nuestros debates contemporáneos. Donde el dominio, que ‘antes’ ejercían las ideas eclesiásticas, pasa a ser ocupado por luchas que no han logrado trascender de una búsqueda autocrática a una integración real de las necesidades de quienes no viven buscando derechos, sino sustento.
Por eso existirá siempre el Muro de Berlín, construido con los reclamos populistas que una y otra vez, a lo largo de la historia política, y que en el caso latinoamericano, terminan engendrando figuras, líderes, guías, comandantes, Duces, Führers, que son capaces —ellos sí— de traducir ese temor en una acción real, en una respuesta válida, o no, pero trascendente, frente al caos de un mundo progresista.
No estoy abogando por mantener el status quo de sociedades apegadas a prácticas retrógradas, oportunistas y clasistas como cátedra de valores familiares. No. Se trata de congruencia, o sentido común, si lo prefieren así. Los grandes debates sociales, escenarios de discusión y la divulgación de los estudios contemporáneos de las ciencias humanas, no son más que burbujas relegadas a unos pocos. Ampliando y colocando, así, mucho más peso en la creación de periferias sociales, de personas que en su subsistencia, y modo de vida propio, no son más que el frío objeto de estudio de unos. El potencial consumidor de otros. Y el enemigo público número 1 en su propio territorio.
En Ciudad Bolívar hay una gran cantidad de huertas comunitarias, en las que lxs vecinxs se han unido para estar más cerca de la naturaleza, combatir la inseguridad alimentaria y crear opciones de ocio que aporten más a la vida.
El impuesto que plantea el gobierno de Petro a las bebidas azucaradas es necesario, pero con los cambios realizados las últimas semanas al articulado, cada vez más insuficiente para garantizar el derecho humano a la alimentación y a la nutrición adecuada.
Este jueves, el 28 de abril, se cumple un año del primer día del estallido social, cuya chispa fue la pretendida reforma tributaria de Iván Duque, y que suscitó debates sobre la justicia social, la violencia policial y los derechos humanos a lo largo del país.
Después que el proyecto urbanístico de Enrique Peñalosa pusiera en riesgo al humedal más grande de Bogotá la comunidad no pudo quedarse con los brazos cruzados. Esta es una historia de resistencia, frente a un inminente ecocidio.
Hoy la guerra en Ucrania lleva un mes, y se estima que hasta ahora mataron a alrededor de 600 ucranianos civiles, entre 2000 y 4000 fuerzas armadas ucranianas y hasta 10.000, si no aun más, soldados rusos.
En este momento frágil con la guerra total – todavía convencional – en marcha completa en Ucrania, retiramos unos pasos para echarnos un vistazo a unas causas subyacentes y la complicidad de los estados occidentales.