Publicación: 20 de noviembre de 2017
Autoría: Joaquín Andrés Palacio Gómez
La Reforma fue la gran vencedora, no porque el catolicismo haya perdido la contienda, si no porque el gran vencedor fue el capitalismo, forjando un nuevo espíritu: “Dios proveerá no es una posición válida”.
Tras quinientos años de la protesta de Lutero, las reformas a la Iglesia católica no han cesado. Para muchos es un sinsentido que los curas no puedan casarse, que el Papa sea una autoridad incuestionable o que, desde la iglesia, aún se imponga a los fieles preceptos sobre cómo vivir. Estas dudas constantes contra la doctrina de la Iglesia católica son señal de la victoria del pensamiento y ética protestante. Aunque aún existe una enorme cantidad de fieles que ven incuestionable la palabra del sacerdote, ni pensar en dudar de la virginidad de María. La mayoría no ven, en el sacerdote, la única vía para la salvación de sus almas o el único camino de diálogo con dios. El mayor signo de esta situación se ve materializada en las declaraciones de Francisco I “¿quien soy yo para juzgarlo?”
Así, la victoria de la Reforma no está en la abolición de las indulgencias, la creencia en los santos o la posibilidad de que cada quién logre una interpretación personal de la Biblia. El triunfo radica en la duda. “¿Para que me confieso con alguien más pecador que yo?”, o afirmaciones como “¡Solo Dios puede juzgarme!”, rompen con dos grandes legados de la experiencia católica. La institución es sagrada, porque fue instituida por Dios mismo y la experiencia espiritual es colectiva y guiada. Esto no quiere decir que el catolicismo está en peligro, pues si la Iglesia ha demostrado una virtud es la de adaptarse a los contextos. Mucho menos posible esto en Latinoamérica, donde la Iglesia aún suple una gran cantidad de deficiencias de los Estados.
En su lugar, el centro del triunfo del protestantismo se encuentra en la victoria de las sociedades que abrazaron su credo e impusieron su ética. Cada quien es responsable por su salvación. ¿Por qué triunfa esta idea? La respuesta la dio ya hace tiempo Weber, el capitalismo se sustenta en este pensamiento y el capitalismo es el sistema dominante. Esto explica que cada quien debe hacer su vida en función de sus propias capacidades y no deba depender de la comunidad. Doctrina que encaja perfectamente con las pretensiones neoliberales y explica que, los mayores opositores al estado de bienestar en Europa sean las sociedades de tradición católica.
Estas ideas no han sido impuestas, por el contrario, las hemos apropiado e interiorizado. Son funcionales en nuestro contexto y nos ayudan a sobrevivir. Hay una genealogía por explorar entre el modelo innovador/emprendedor y el colono puritano inglés que llega a fundar comunidades en Norteamérica. Lo más llamativo: su fuerza aún es desconocida. Aún quienes viven según los preceptos del “protestantismo” están en capacidad de imponer en la comunidad política sus lógicas del mundo, su ideología. Para ilustrar ello solo debemos remitirnos al año pasado cuando convocaron los cristianos, que son protestantes, a las marchas contra la “Ideología de género”.
Existen otros indicadores de la expansión de las corrientes protestantes: el crecimiento de comunidades de este tipo en el país, el surgimiento de líderes políticos que profesan, abiertamente, su fe en lo público o la progresiva eliminación del estigma contra los no católicos.
Sin embargo es irrefutable que las ideas y certezas sobre el mundo, que profesan, conforman la hegemonía en nuestras vidas. Acá radica la nueva fase a explorar, la Reforma a la Reforma, dada por quienes cuestionamos el papel que debe tener la creencia en Dios en el espacio público. Si bien Lutero arrebató al papa el poder absoluto sobre los cristianos, la secularización busca arrebatar el papel de Dios sobre los hombres, en la política al menos. Por esto no debe extrañarnos o asustarnos la confrontación de ideas que vivimos actualmente, sin embargo debemos mantenernos atentos a la idea de eliminación del otro como solución de las confrontaciones.
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