Publicación: 5 de Septiembre de 2017
Autoría: Salvador Arracadas
Mañana, seis de septiembre, llega el Papa a Bogotá. Cerca de 30.000 millones de pesos costó la visita. Quejas y reclamos se han visto en redes sociales y en distintos sectores.
“Colombia es un estado laico, no debería patrocinar la visita del jefe de la iglesia católica”, así, o con improperios o más coloquialmente, quienes se oponen a la visita del Papa han enarbolado alguna de sus críticas. Este es un Estado no confesional, diferenciaba el fin de semana, Rubén Salazar, cardenal y máximo líder de la iglesia en el país, en una entrevista publicada en el Tiempo. En la misma entrevista, exhortaba a la ciudadanía a que en esta oportunidad sí se escuche al Papa, y no como hace 31 años en la visita de Juan Pablo II y hace otros tantos cuando vino Pablo VI (sexto, no vi). En esos tiempos, según el cardenal, evidenciaron la necesidad de trabajar por los pobres. No se ha hecho, es obvio.
Pero, para retomar, han sido muchas las voces en contra de esta visita. Se ha argüido cómo no debió venir durante este gobierno, cómo es una visita política más que pastoral, cómo se ha gastado dinero y remachado las ciudades para que se vean bellas, cómo se esconderán los habitantes de calle, el oportunismo del gobierno para intentar subir un poco sus índices de desaprobación, la(s) Farc buscando audiencia para que el pontífice los escuche y también suban su popularidad, que Francisco viene pese a su silencio frente al desconocimiento de los resultados del plebiscito o sin hacer un fuerte pronunciamiento por la muerte institucional de Venezuela como democracia.
El eslogan de la visita es “Demos el primer paso”, pero ¿a dónde? ¿Al vacío? Ya estamos en él hace 200 años, su santidad. ¿A la reconciliación? Sí, muy linda la idea pero los odios son más profundos que la naturaleza camandulera de este pueblo. ¿Al perdón? Si se llenan de madrazos porque los empujaron en el Transmilenio, perdóneme esta. No sabemos a dónde dar ese primer paso, ni lo sabremos, el miedo a darlo es mayor que la campaña de expectativa que se le ha hecho a los días que pasará en estas tierras.
La doble moral del colombiano es tanta, que se darán golpes de pecho durante la misa en el parque Simón Bolívar, pero durante el día habrán peleado porque alguien se coló, porque los empujaron o los pisaron, o por cualquier bobada. Para pelear somos expertos, que se muestre el orgullo. Como diría mi abuela, van a hacerle morcillas al diablo.
Y es gracias a este doble rasero, con el que se ve todo, que la visita del Papa solo dejará el Simón Bolívar con iluminación nueva, le dará nuevos réditos a Chevrolet por haber hecho el papamóvil, dejará huecos tapados y algo de inversión en las ciudades. Cuando vino Pablo VI se inauguró la 68 y se creó la urbanización que lleva su nombre. Por la primera se mueven, en la segunda vivirán (algunos), ¿van a despotricar también de ese papa muerto? Sí, es triste que solo así se hagan las obras y tan rápido —ya nos debemos creer como esos japoneses que reparan cráteres en dos días—, pero así es este pueblo rabón. Qué dirá el Papa si ve esta ciudad llena de huecos, ala. ¡Qué vergüenza!
Pero que el Papa venga es como esa visita de la tía que no se ve hace años, se arregla la casa, se oculta lo feo, se preparan festines y se esperan los comentarios de la tía: “muy linda la casa, muy rico el almuerzo”. El Papa dirá que muy rico todo, que fueron muchos los fieles que lo escucharon y que se acercaron un poco al señor. Pero, como con la tía, no llegará a nada más que muy rico todo.
En Ciudad Bolívar hay una gran cantidad de huertas comunitarias, en las que lxs vecinxs se han unido para estar más cerca de la naturaleza, combatir la inseguridad alimentaria y crear opciones de ocio que aporten más a la vida.
El impuesto que plantea el gobierno de Petro a las bebidas azucaradas es necesario, pero con los cambios realizados las últimas semanas al articulado, cada vez más insuficiente para garantizar el derecho humano a la alimentación y a la nutrición adecuada.
Este jueves, el 28 de abril, se cumple un año del primer día del estallido social, cuya chispa fue la pretendida reforma tributaria de Iván Duque, y que suscitó debates sobre la justicia social, la violencia policial y los derechos humanos a lo largo del país.
Después que el proyecto urbanístico de Enrique Peñalosa pusiera en riesgo al humedal más grande de Bogotá la comunidad no pudo quedarse con los brazos cruzados. Esta es una historia de resistencia, frente a un inminente ecocidio.
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