Opinión

Todos paran, todos miran

10 minutos

Publicación: 28 de Septiembre de 2017

Autoría: Aquileo Venganza

El panorama de la protesta social en el posconflicto se configura entre la coincidencia del paro sindical de la clase más acaudalada y el de los sectores de la periferia, mientras la clase media se entretiene con las noticias, por internet y televisión.

Nos encontramos en un momento de gran expectación para la historia política colombiana, uno en el que, particularmente, se vislumbran numerosos cambios en todos los órdenes. No solo de la estructura estatal y las prioridades de esta, sino también en la vida cotidiana.


De este periodo de posconflicto se espera un progresivo transitar hacia la visibilización de las necesidades de las poblaciones históricamente ignoradas —incluso al interior de las mismas ciudades—, no existiendo ya la perpetua justificación política de mantener el monopolio de los frentes de guerra.

Esos reclamos, transformados en movilización social, serían los pilares para definir los parámetros y valores de una sociedad que emerge de un periodo asociado con el oscurantismo y el atraso, como ha sucedido no solo en otras latitudes, sino en otros escenarios de la historia.

No es de extrañarse que habiéndose gestado dicho espacio, salgan a la luz pública las grandes inequidades con las cuales convivimos de forma naturalizada, más que natural. Lo curioso es que estas mismas marginaciones, reclamos y exclusiones se conviertan en catalizadores de arquetipos de vida tan disímiles y contrastantes como ocurre actualmente.

Por un lado tenemos a un sindicato que, poco a poco, se ha ido ganando el rechazo de la comunidad general, llevando en su contra una enorme campaña de desprestigio y difamación financiada con las más altos estándares empresariales. La Asociación Colombiana de Aviadores, gremio que entró en huelga hace ya más de una semana, con las descomunales consecuencias que eso le deja a un país con más corrupción que vías terrestres transitables.

Esa inversión publicitaria de alto perfil, realizada por los altos mandos de Avianca, ha demostrado gran efectividad, provocando que las peticiones de los pilotos en paro, caigan por su propio peso ante todas las audiencias. Pero no solo la opinión pública, gracias a la mano siempre útil y dispuesta de los medios de comunicación, se ha utilizado como un poderoso elemento de presión. Los empleados de otros niveles en la misma compañía han sido piezas del ajedrez retórico de Germán Efromovich.

Una situación perfectamente normal: los empresarios jugando con los intereses de las personas que sobreviven estirando salarios ínfimos. Lo que sí es novedoso es el hecho de que aquella campaña de desprestigio, que se vale de media & human marketing, resulta innecesaria en términos reales.

Tan titánica labor de retórica es poco al lado de un panorama de sobreoferta profesional, donde cada vez existen más gremios llamando la atención por condiciones laborales paupérrimas. La descontextualización de las peticiones de los pilotos, ha llevado a reflexionar sobre la manera en la cual muchos profesionales, de grandes responsabilidades frente a la vida humana, llevan a cabo sus estudios con recursos limitados. Todo esto a medida que el país realiza un transitar hacia el desarrollo, fomentado la destreza técnica por encima de la creación de conocimiento. Porque en Colombia queda mucho por hacer, pero, como siempre, nada por planear.

Al mismo tiempo que algunos terminan satanizados por la boyancia social de sus profesiones, existen otros, cuyas peticiones, más que negadas, han sido desoídas criminalmente por la misma urbanidad que crea el sentido de las periferias y agranda las insalvables brechas entre cada extremo de la ciudad.

Y este es, sin duda, un asunto de extremos, donde unos que buscan condiciones completamente ajenas  a su realidad circundante son partícipes de la protesta, así como los hay quienes esperan algún día ser considerados parte viva de ese mismo contexto que los ha convertido en el más triste paisaje de la intencional degradación urbana y social de la periferia.

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Y al final de todo permanece, como espectadora inmutable, la clase media, aguardando detrás de todas las pantallas, alimentándose de cada timeline. La deseable clase media, la masa descomunal en la que se espera que desemboquen todas las inequidades sociales, para que el consumo regule todas las brechas y los estudios de mercado sean mucho más abarcadores.


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