Publicación: 21 de Septiembre de 2017
Autoría: Aquileo Venganza
Tal parece que los medios de comunicación se han vuelto incapaces de congraciarse con el público que ellos mismos han querido deformar a su antojo.
Seamos sinceros, más allá de cualquier reclamo moralista, o de cualquier grito desconsolado para que alguien se tome el tiempo de “pensar en los niños”, la televisión colombiana (reemplazar por medio masivo-tradicional de su antojo), se ha convertido en un engendro deforme que supuestamente intenta asemejarse a su público, satisfaciendo sus deseos más mundanos.
El problema es que durante ese proceso, poco a poco se han dado cuenta de que ese monstruo, al que pretende ordeñar como vaca sagrada de los altares empresariales, es un organismo más o menos vivo.
Esos unos, que han sufrido más, se enfrentan a una escala de rating que les es cada vez más esquiva y les condena al fracaso. Al lugar donde el plagio, la falta de creatividad, el anacronismo, la repetición y el facilismo debió de haberlos relegado desde su propio nacimiento. En los otros medios, las mediciones e índices de audiencia son diferentes, pero así mismo vemos una brecha, cada vez mayor e innegable, entre su realidad y la nuestra.
Y no es que el público se haya vuelto exigente. Está más informado, más interconectado, tiene más opciones y mayor cercanía. Sorpresivamente los empresarios nacionales de la comunicación, anquilosados en sus billeteras históricamente inafectables, han comenzado por fin a enfrentar los resultados de todo lo que trae el libre mercado.
Se trata de un jugueteo supuestamente ingenuo, donde se debaten los valores nacionales, cívicos y familiares contra esa imperiosa necesidad de vender sexo y publicidad. Dos realidades que, durante décadas, han mantenido a la sociedad colombiana ahogada en un mar de eufemismos descarados o deslumbrada por la falsa novedad de los formatos arcaicos.
¿Qué sentido tiene seguir ese coqueteo ridículo con el sexo de los realities televisivos, por ejemplo? Hay una infinidad de otras opciones y también gratis. No tenemos la necesidad de vivir el trauma de la autocensura de nuestros antecesores. No tenemos por qué vivir las falsas vidas que se exhiben en los participantes de los realities. Ya sabemos que todos ellos no son más que el único apéndice que queda entre los canales de televisión y nosotros, y también sabemos que el apéndice no sirve para nada.
Por otra parte, tenemos los memes, que, así como las noticias, no son nada más que interpretaciones intencionadas de un suceso. ¿Pero qué intención preferirian ustedes realmente como audiencia? ¿Una viciada por las decisiones comerciales que se discuten detrás del escritorio, las noticias; o la expresión directa, ideológica, creativa y honesta de ese mismo hecho? ¿Quién miente en ese caso?
Vemos cómo hasta las casas de mayor prestigio han sido prácticamente obligadas a bailar al mismo son del público contemporáneo: darle una interpretación alejada de los vicios del oficio periodístico a las cosas que suceden, a convertir las noticias en reforzadas piezas multimedia y a textos noticiosos en la alharaca iracunda de personajes de red social, indignados a fuerza de conseguir un mínimo de comunión con las personas que están allí afuera.
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