Publicación: 23 de noviembre de 2017
Autoría: Aquileo Venganza
No, no se trata de procesos de momificación natural, como ocurre en algunas partes de Colombia. Se trata, en cambio, de algo más bien naturalizado, de un amor tan grande al poder, que trasciende las barreras de la naturaleza.
Aun en la época de los grandes monarcas, donde la investidura divina era la única válida para ejercer el poderío, se llegó a saber con el tiempo, que los personajes ostentando dichos dones eran mortales, seres de carne y hueso. A los que se le podía incluso decapitar, como a cualquier criminal condenado a la palestra pública para entretener al pueblo.
Un caso bastante ajeno a toda lógica de la biología y la historia global se presenta en Colombia: aquí tenemos seres que, de alguna manera, han logrado crearse a sí mismos en el oscuro, húmedo y lúgubre vientre donde se gesta el poder.
Se trata de personajes que, más allá de cualquier relación metafísica, son uno con el poder y el poder es uno con ellos. Si no existiera el poder político, quedarían completamente anulados, sin función alguna, como muebles viejos pudriéndose en el cuarto de San Alejo, o vegetes gritones haciendo gala de su senilidad.
Así mismo, es una relación bilateral, como ya lo decía, construida a fuerza de tanto esfuerzo, tiempo y dedicación, lo que llaman el premio a ‘toda una vida’.
Por eso es que el poder tampoco podría subsistir sin personajes como el perpetuo senador, Roberto Gerlein, porque luego de apoderarse de los estrados del Senado desde 1975, es difícil para un colombiano de este siglo o del pasado, reconocer la política sin el momificado rostro de este señor.
No deja de ser gracioso, aunque comprensible, que el mismo partido Conservador ‘conserve’, de manera cuasi criogénica, a una de las figuras más ‘conservadas’ de una política tradicional que entre más pasa el tiempo se torna más rancia.
Precisamente, en la última entrevista que concedió el senador a diversos medios de la región caribe, para anunciar su candidatura al Congreso desde la comodidad de su casa, menciona una idea con la que no podría estar más deacuerdo: que los últimas grandes figuras de su partido fueron Laureano Gómez y Misael Pastrana Borrero.
Este último, quien fuera nuestro quincuagésimo presidente, el mismo que lo nombró Embajador de Colombia ante la ONU en 1973, justo un año antes de que comenzara su eterno periplo en el Senado. Como quien dice, Gerlein ubicó uno de los últimos puestos importantes, durante el último gobierno importante de su partido. Luego decidió sentarse en su trono a esperar la muerte o el apocalipsis, lo que ocurra primero.
Todos conocemos, por otra parte, la historia de esos dos partidos tradicionales: gestores de la guerra de antes, que se convirtió en la que aún no termina. Todos sabemos también, sin necesidad de remitirnos a la precisión histórica, que esos mismos partidos fueron cavando su propia tumba al querer ‘normalizar’ la democracia, normalizando y justificando a su vez la hegemonía, compartiendo amigablemente el poder, para no dejar espacio a ningún otro.
Esa es la misma historia de personajes como Gerlein, aferrados a una relevancia política construida a base de clientelismo, todo el que se puede hacer en 43 años siendo Senador. Podrían ser muy pronto 48 y no dudo que así será. Tendremos imágenes de Roberto Gerlein durmiendo en mitad de las plenarias para rato.
Ese mismo clientelismo, que lo tiene en el tope de las votaciones periodo tras periodo, siempre cobrando favores y haciendo las alianzas que le corresponden, reconociendo en su propia voz al representante más claro de una estrategia de ‘caciquismo político’ permanente, sin caudillos, pero con grandes grupos dinásticos extrayendo tierras, regalías y dinero de donde se pueda, al mismo tiempo cubriéndose las espaldas, porque todos les pertenece, algo muy convencional en el manejo público de la costa Caribe.
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